Ponencia Prof. Ellen Apolant

Prof. Ellen Apolant Jacoby

“Memorias”

Debo confesar que no me es fácil hablar sobre mi padre del punto de vista personal y familiar,  porque toca algo muy personal, muy íntimo  de lo que no se puede realmente hablar fríamente, sin emoción. De todos modos no voy a dar aquí una cronología de los hechos en su vida, sino más bien haciendo  una paráfrasis de su libro “Instantáneas de la Epoca Colonial,”  trataré de dar unas “instantáneas de la vida de Juan Alejandro Apolant”.

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Me pareció interesante relatar cómo vino a dar a estas tierras una persona nacida en la pequeña ciudad de Belgard en la entonces prusiana  provincia de Pomerania – una ciudad en ese entonces de unos 12,000 habitantes en el noreste de Alemania.- hoy Bialogard en Polonia.  Cuando  mi padre tenía 6 años, sus padres (mi abuelo era médico) decidieron mudarse a Berlín, una ciudad que ofrecía muchísimo más posibilidades tanto de trabajo como culturales. Y ahí creció y se formó, conoció a mi madre a través de amigos mutuos, se casó y estableció su familia.   Según me contaron, promediando el año 1935 mis padres viajaron a Londres a visitar a los parientes ingleses de ambos lados de la familia, y recién estando allá se dieron cuenta de lo que realmente estaba pasando en Alemania en esa época… A mí me resulta difícil pensar que dos personas tan inteligentes no se habían percatado antes de lo que ocurría a su alrededor,  pero también es cierto que el Berlín de esa época era una explosión del bien vivir, de teatros, de cultura de toda índole, de diversión y ellos eran jóvenes y había censura y no tengo por qué dudar de lo que me transmitieron.

De todos modos, una vez que se le habían abierto los ojos, ya no dudaron y tomaron la decisión de irse de Alemania, – ese no era un país en el que podrían quedarse ni en el que querían criar a sus hijos.     Apenas de regreso en Alemania empezó mi padre a escribir a toda la gente que conocía que vivía en el extranjero;  a Sud Africa, Australia,  Estados Unidos, etc. Recibió dos ofertas de trabajo –de Inglaterra y de España- pero mi madre insistió que si dejaban Alemania, debían también irse de Europa. ¡Que visión!    

Entre las cartas que se mandaron, el 20 de agosto del ‘35 también fue una a Buenos Aires, donde un primo hermano de mi padre tenía un negocio de importación de tejidos, Hirschberg Ltda.    La rama inglesa de la familia  vivía en Manchester y se turnaban para pasar 6 meses ahí y 6 en B.A.. El primo, Freddy Hirschberg,  le contestó el 3 de setiembre que siempre había querido abrir una sucursal en Montevideo, y que si mi padre tuviera interés, podría hacerse cargo de ella, garantizándole trabajo por un año.    Al recibir esa respuesta, lo primero que hicieron mis padres fue ir a un atlas y buscar donde quedaba Montevideo.  Y el día 10   setiembre  (fíjense que rápido llegaban las cartas en esos días!….) mi padre le contesta aceptando el ofrecimiento, habiendo ya ido al Consulado argentino para informarse de los requisitos.

De inmediato se puso con su inimitable fervor a aprender español de forma intensiva (hablaba francés y sabía latín, lo que le facilitó  el aprendizaje). Y esto lo pinta perfectamente a mi padre – su energía, su fuerza de voluntad, su enorme capacidad de  trabajo, su gran inteligencia –  el 12 de noviembre, o sea apenas 2 meses después, le escribe  a su primo su primera carta en español.  Si me permiten, les voy a leer unos  pasajes. Hay, por cierto, algunos errores de  vocabulario y de sintaxis – ninguno de ortografía, -pero fíjense en el uso que hace del condicional y del subjuntivo…

.                                                                 12 de noviembre 1935

Mi querido Freddy,

Me atrevo a escribirte hoy en español. Espero que comprendas mi carta y que no haya demasiadas faltas en ella.

Te agradezco tu carta del 6 de Noviembre con la adjunta copia de tu carta al Sr. Castelnuovo y la manera tan amistosa con que me le has presentado a él.  Yo también le he escrito (copia inclusa) y te comunicaré su contestación y la fecha exacta de mi salida para Milano.-  Como ya te he escrito, actualmente se obtiene aún para Italia   Rm 500. – por mes, así que probablemente no necesitaré dinero del Sr. Castelnuovo.  En todo caso te agradezco tu amabilidad y cuidados.

(…….)

Creo que sería más sencillo si tú o bien tu firma despachase este asunto, que si yo escribiese de aquí a la dicha autoridad en Montevideo. Espero que estés no enojoso conmigo si te pido procurar este “Permiso”.

(……)

Acerca de mi llegada a Buenos Aires no puedo decirte aún la fecha exacta, porque todavía no me he decidido que vapor tomaré.  Quisiera tomar un vapor extranjero, pero ya no hay cartas de crédito sobre estos buques.  

(……..)

“Sin más por hoy”.  Vuelvo a agradecerte muchisimamente tu amabilidad y te ruego dar nuestros recuerdos más cordiales a todos los tuyos.

Te saludo a ti amistosamente.

                                                        Tu……

  12 de Noviembre 1935

Muy estimado Sr. Castelnuovo:

 El primero de todos le ruego a UD de tener la bondad de disculpar que mi carta contiene seguramente faltas de sobra y que ella no muestra un estilo “ muy  castellano”. No hace más que ocho semanas que me he ocupado de este idioma; espero, sin embargo que Ud. me comprenderá.

(……….)

                                                                  13 de Diciembre de 1935

Mi querido Freddy,

He de agradecerte muchas veces tus cartas del 8 de Noviembre (la invitación oficial) y del 23 de Noviembre….

(……..)

Tu cumplimiento acerca de mis progresos en la lengua española era muy amable pero – según creo – una cortesía a la que mi carta apenas te autorizaba. (Aunque la escribí naturalmente sin asistencia de mi profesor y también sin mostrársela después). Pero, vamos: el aprender y el hablar español me dan mucho gusto y estoy convencido que podré arreglarme suficiente si estoy allí.  Más o menos teóricamente no se puede aprender  naturalmente un idioma, pero estando unos meses en el país y hablando únicamente español, espero que ya no tendré demasiado  dificultades en cuanto a la lengua usual.

(……)

 Milano

Hotel Manin

17 de Enero de 1936

Mi querido Freddy:

Estoy, pues, desde hace 4 días en Milano y ya puedo decir que no me arrepiento de este viaje….

(……..)

El Sr. Castelnuovo y yo hablamos en español.  Al principio no he entendido demasiado – es decir las singulares palabras; en el sentido caí -, pero ahora ya se ha acostumbrado mi oreja un poco a esta redundancia de palabras, a esta velocidad al hablar y a este comer de – por lo menos – un cuarto de las palabras.  Acerca de mí, puedo arreglarme en rigor y, viendo que él y los otros me comprenden, creo que esté en el camino justo.

(……..)

 Y al llegar a  Bs. As. en mayo del 36  ya lo hablaba correctamente.  Dos meses más tarde llegó a su nueva patria y el resto de la familia se le unió a mediados de agosto.

Yo recuerdo cuando era chica que siempre se compraba en casa el Patoruzú y el Rico Tipo, porque no contento con dominar el idioma “clásico”, mi padre quería aprender y entender también como se expresaba  la gente común y cómo pensaba, para poder consustanciarse más con su nuevo pueblo.

Todo esto suena muy lindo y muy romántico, pero hay que recordar que mis padres tenían en ese entonces 33 y 30 años respectivamente y es de admirar  su visión y valentía de dejar atrás a familiares y amigos y una vida muy cómoda y agradable por simple convicción, no por necesidad, para empezar una nueva vida en un mundo extraño y remoto.

A poco de llegar, mis padres fueron al consulado alemán aquí y entregaron sus pasaportes alemanes, ya que querían  romper todo vínculo con el país que albergaba un régimen  tan atroz como el nazista.  A los 3 años adquirieron la ciudadanía legal uruguaya, mientras que mi hermano y yo fuimos apátridas hasta los 18 años,  momento en el cual pudimos también nosotros, tramitar la ciudadanía uruguaya.

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El almuerzo en casa  se servía siempre a la una menos cuarto en punto.  Durante la guerra  a la una, mi padre se levantaba de la mesa, –  y me parece verlo – se llevaba su plato y se sentaba en el living al ladito de la radio para escuchar al “Reporter Esso” que en la voz de Mario G. Bordoni,  traía las últimas noticias de la guerra.   Ahí no se podía hablar, no se podía hacer ruido, no se podía interrumpir…

Pasada esa  época, las comidas familiares eran generalmente momentos de aprendizaje para nosotros. En la mesa  jugábamos a juegos de preguntas  sobre conocimiento general, o se hablaba de temas de interés general, a menudo se dialogaba sobre temas  filosóficos o morales o se comentaba  algún libro, fomentando así nuestra curiosidad y nuestro pensamiento independiente y crítico.    Cuando surgía cualquier duda, había que ir de inmediato al diccionario o a la enciclopedia o a algún libro de referencia – un hábito que me quedó firmemente arraigado hasta hoy.

Mi padre era una especie de “genio universal” –  tenía un conocimiento fabuloso y se interesaba por todo:  astronomía, lingüística,  matemáticas, economía, filosofía….;leía muchísimo, iba mucho al teatro, no se perdía concierto de la OSSODRE.  A menudo  después de la comida nos poníamos todos a resolver problemas matemáticos  como pasatiempo.  A él le  encantaba hacer solitarios – era su manera de hacer “relax”.

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Era un muy buen atleta  – en Alemania había ganado algunas competencias en gimnasia (barras y caballo). Yo recuerdo que jugaba muy bien al tenis y que le encantaba andar a caballo. Recuerdo que cuando yo era chica y veraneábamos en Atlántida, que después de  cabalgar por las playas, él venía a casa y me subía con él en la montura  y dábamos una pequeña vuelta al paso o al trote, y yo me sentía toda una amazona…  

Cuando  caminaba siempre lo hacía muy rápido y  era difícil mantener el paso con él – por poco tenía que correr para quedar a su lado.

Le gustaba ir al Estadio    Mi hermano era hincha de Nacional  (y yo también, por supuesto, imitando a mi ídolo que me llevaba 6 años).  Mi padre entonces decretó ser hincha de Peñarol – para que hubiera diálogo y polémica en casa! 

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Pero no se puede hablar de  “Don Juan” como le decían  todos sus amigos,  sin hablar  también de Ellen madre  quien, como él mismo lo plasmó en su dedicatoria en el Operativo Patagonia  fue su “fiel colaboradora y compañera de toda una vida”…

Eran inseparables, una pareja ejemplar y ella también lo acompañó, lo asistió y lo apoyó en todo su trabajo  (incluso al principio  trataba de mantenerse despierta  cuando en su forma incansable golpeaba la máquina de escribir hasta altas horas de la madrugada – pero luego, por suerte,  desistió de hacer eso).  Aunque ella no tenía vocación de historiadora, llegó a saber más que muchos otros sobre el tema.  Iba con él a los archivos donde copiaba los documentos con puño y letra, ya que en esa época no se permitía fotocopiarlos y no existían todavía las técnicas más modernas de hoy en día; organizaba y mantenía todo su archivo de fichas,  ayudaba en la lectura de las pruebas de galera  y – lo más importante – siempre estaba allí para él.

 Como en ese entonces no existía todavía la computadora personal – que hubiera podido hacer con ella!    – el método de trabajo de mi padre consistía en escribir algo a máquina (usaba siempre cinta de dos colores  – roja y negra – para marcar distintas cosas)  y luego cortaba las hojas y con cinta scotch pegaba las partes que iban juntas (¡debió haber empleado toneladas de cinta adhesiva!) .  El  “cortar y pegar”  original, de las computadoras de hoy en día.  Todo el mundo – salvo mi madre – tenía prohibición absoluta de tocar  algo sobre su escritorio supercargado de papeles, libros y fichas, en donde solo él sabía donde encontrar lo que necesitaba.    Su poder de concentración era tal  que podía estar trabajando, lo interrumpían para comer o hacer algo o por el teléfono, y cuando terminaba se podía sentar y seguir escribiendo inmediatamente  donde había dejado sin  dudar ni medio minuto.

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Caracterizaba a mi padre una generosidad intelectual incalculable: siempre compartía todos sus conocimientos y hallazgos, y  brindaba toda la información que se le solicitara sin retacear ni ocultar, de manera totalmente desinteresada.   Él quería enseñar, divulgar, dar la base,  mostrar el camino.

 Como persona era de una sencillez y modestia  extraordinarias; su rigor científico se complementaba  con su gran calidad humana, su fineza y su calidez. Permanentemente estaba al servicio de sus  amigos y colegas, era muy crítico, pero de una crítica constructiva y además era capaz de recibir y admitir  críticas que se le hicieran a él.  Tenía un gran sentido del humor y   era  sumamente simpático (con la gente que le caía bien) y… muy humano.    Fue también un padre ejemplar –   y un magnífico abuelo, pudiendo dialogar de igual a igual con todas las edades.

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Me gustaría leer  algo de lo que la Dra. Irma Larrainci, miembro del CESPAU, escribió en 1983  y que caracteriza  a mis padres:

 “Yo lo conocí a don Juan a través de mi hermana Dora. Ella era empleada. Llegó a gerente de una casa exportadora dirigida por Apolant,  porque don Juan era educador,  formó a sus empleados.

( ……..) 

Empezamos a ser invitadas a la casa. Nosotros teníamos tanto respeto y tanta admiración. Era una admiración temerosa, ellos sabían tanto de todo, eran tan buenos, eran tan generosos, eran tan afectuosos. Eran tan exigentes en materia de puntualidad – Dora tenía su auto, llegábamos 10 minutos antes, esperábamos un ratito, estacionadas un poco más atrás…   Después ya no fue más el Doctor Apolant sino “don Juan”.

Nos acercamos a una familia. Otro motivo de admiración, en un mundo donde las relaciones humanas se fueron deteriorando, las relaciones entre las parejas fueron vulgarizándose.  A nosotras nos deslumbraba el tratamiento de don Juan a Ellen.  Una cortesía que siguió hasta el fin de la vida de don Juan.  Nosotros sabemos que las costumbres cambian, pero no tienen por qué vulgarizarse.    Eso y todas las cosas para nosotros, esa calidad humana de don Juan y de la familia era para nosotras una fuente de alegría.   Además ellos se preocupaban; hacía pocos años que  estaban aquí cuando nosotras los conocimos. Ellos tenían una preocupación enorme de vincularse a familias uruguayas. Nosotros éramos los esquivos, no porque no apreciáramos.  Era una especie de admiración temerosa… (…….)

Con el tiempo supe de haber recibido un gran regalo de la vida y es haber podido contar con la amistad de don Juan, de Ellen y de la familia.”

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 Y para terminar quisiera  acotar que mi padre siempre decía que  con su obra  quiso demostrar su  profundo agradecimiento y devolverle, en alguna forma, algo al país que lo  había acogido tan generosa y cálidamente a él y a su familia.