Delmira Agustini

Delmira Agustini nace en la ciudad de Montevideo el 24 de octubre de 1886, hija de Santiago Agustini Medina, de nacionalidad uruguaya, de origen corso (Francia) y María Murtfeldt Triaca, natural de Argentina y descendiente de alemanes. Fue inscripta en la quinta sección judicial de Montevideo. De familia religiosa, fue bautizada en la Catedral de Montevideo por el Presbítero Santiago Aretche, siendo su madrina la doña Mercedes Beterret de Daniere. Recibió la confirmación en la ciudad de Buenos Aires.

Su abuelo materno Luis Murtfeldt (1794–1854), nacido en la ciudad de Bremen, fue un acaudalado alemán que perteneció a la nobleza germana, formó parte del senado de la ciudad libre de Bremen. Emigró a Buenos Aires en el siglo XIX.

Allí formó su hogar con doña Delmira Triaca Zuasnábar, nacida en 1838. De ese matrimonio nacieron cinco hijos: Luis y Carlos (aparentemente solteros), “Lola” que contrae matrimonio con Justino Muñoz, Elisa que desposa a Luis Bares Calá, y María (1859-1934) que celebra nupcias con Santiago Agustini Medina (1856-1925) en Montevideo el 8 de febrero de 1882.

La familia de la madre de Delmira estaba radicada en Buenos Aires, pero, por algún motivo que se desconoce, pasaron a establecerse una temporada en Montevideo, circunstancia por la cual se convirtieron en vecinos de los Agustini.

De la unión de Santiago Agustini Medina y María Murtfeldt nacen dos hijos: Antonio Luciano en 1882 quien contrae matrimonio con Magdalena María Badín Dutot. Cuatro años más tarde, en 1886, nacerá Delmira, que sellará su destino con Enrique Reyes en la ciudad que la vio nacer el 14 de agosto de 1913.

Santiago era hijo de Domingo Agustini y Francisca Medina. Por línea paterna, tenía ancestros corsos. Su abuelo paterno Domingo Agustini Rache participó en 1805, siendo muy joven, de la Batalla de Trafalgar en las costas de Cádiz. Domingo Agustini emigró a Montevideo en donde se convirtió en un gran comerciante, habilidad que heredó el padre de Delmira quien además desarrolló el gusto por las artes, la pintura y la fotografía.

Delmira nació en un barrio céntrico de la capital uruguaya, en una casa de la calle Río Negro 254 (que más tarde tomó el número 1228 y luego 1230). En este hogar transcurrió su vida hasta los nueve años. A partir de esa fecha, la familia se mudó varias veces. En 1895 pasaron a vivir a la calle San José 237 esquina Julio Herrera y Obes y posteriormente a Soriano entre Rio Negro y Julio Herrera y Obes. Nuevamente se mudan, pero ahora fuera del barrio céntrico, a la quinta Podestá en la calle Millán (en el Prado) por un período de ocho meses; después se asentaron varios años en el barrio de Sayago, en la calle Ariel 5087 o Garzón 994 en “Villa María”, finca que fue demolida quedando por un tiempo la antigua fuente donde la escritora creó algunos de sus poemas. Montevideo era, por entonces, una ciudad aburguesada, cosmopolita, tranquila, europeizada en lo cultural pero muy sudamericana en su alma y en las expresiones de su carácter. No es de extrañarse que los convencionalismos de la época, el orden social férreo en donde prevalecían los prejuicios, hayan influido en el carácter y pensamiento de la escritora.

La familia de Delmira integraba la clase media alta de la época. Su padre fue corredor de la Bolsa de Comercio y, acorde a las familias de su rango social, la niña recibió una educación esmerada. Estudió piano con la profesora María Sansevè de Roldós, quien describe a Delmira como “bondadosa, fina, obediente y supeditada a su madre”. Continuó sus estudios con el profesor Martín López, que la recuerda en estos términos: “apacible, modesta, cándida”. Infaltable era el conocimiento del francés, idioma que cultivó de la mano de mademoiselle Magdalaine Cassy, quien destaca su inteligencia. Con el profesor Constant Willems estudió a los grandes autores franceses, quien se expresó así de su discípula: “inteligente, estudiosa, precoz que pese a su carácter jovial tenía un fondo de seriedad”. Descolló también en las artes. En pintura y dibujo tomó clases en el atelier de Domingo Laporte. Allí conoció a André Giot de Badet, con quien mantuviera una muy estrecha amistad.

Su médica particular y amiga, la doctora Aurora Curbelo Larrosa, hija del prestigioso naturalista español Luis Curbelo Báez, coincide en señalar que Delmira tenía “un carácter simpático y atrayente, de sentimientos nobles y avanzadas ideas, afectuosa, que hacía primorosos trabajos en madera y tocaba el piano con sentimiento y maestría”. Fue quien la asistió en su hora final.

Delmira se destacó desde muy temprana edad, demostró una capacidad especial para la escritura y la poesía. A los 16 años comenzó a colaborar en la revista “La Alborada” dirigida por Manuel Medina Betancourt, en “Rojo y Blanco” dirigida por Samuel Blixen, “Apolo” dirigida por Manuel Pérez y Curis, y “La Petite Revue”, publicación bilingüe en francés y español.

Sus padres estimularon los talentos de la joven y colaboraron para que los desarrollara. La historiografía refiere a la presión familiar, sobre todo de su madre absorbente, como algo preponderante que marcó su vida. Sea como fuere, lo cierto es que Delmira se vinculó con los mayores intelectuales de la época de la talla de Manuel Medina Betancourt, Alberto Zum Felde, Juan Zorrilla de San Martin y Carlos Vaz Ferreira. Prueba del apoyo que recibía de su familia es el hecho que tanto su padre como su hermano ordenaban y pasaban en limpio los borradores y papeles sueltos escritos por Delmira, seguros del valor literario que contenían. Al presente, su archivo particular está custodiado en la Biblioteca Nacional.

En 1907 publica su primer poemario, “El libro blanco” compuesto por 51 poemas, prologado por Manuel Medina de Betancourt, y en 1910 publica “Los cantos de la Mañana” integrado por 19 composiciones en verso.

En 1913 sale a la luz su libro “Los cálices vacíos” compuesto por 22 poemas. Esta nueva publicación le valió numerosos elogios en periódicos y revistas de gran difusión en la época realizados por literatos famosos como Miguel de Unamuno, Julio Herrera y Reissig, etc. En esta publicación Delmira adelanta a sus lectores su próximo libro, del cual ya tenía pensado su título, “Los astros del abismo”. Era consciente de su propio valor y del prestigio que estaba ganando en el medio, imagen que buscaba consolidar y obviamente esa promesa reflejaba su proyección en el futuro de su carrera literaria. El material de este libro anunciado fue publicado póstumamente en 1924, con la supervisión de la familia. Es el segundo de los dos tomos publicados por Maximino García en 1924. Al primero se le llamó “El Rosario de Eros.

Delmira Agustini no participó de las convulsiones históricas e ideológicas del Uruguay del 1900. No tomó contacto ni con la “Torre de los Panoramas” de Julio Herrera y Reissig y sus amigos que proponían una oleada de individualismo antiburgués frente a la mentalidad conservadora y las costumbres provinciales ni con otros cenáculos y centros culturales. Pero fue partícipe del rico mundo cultural de la sociedad y fiel representante de la Generación del 900. Ella estuvo volcada al análisis de su atormentado mundo interior, aunque la profundidad de su poesía no dejó de estar vinculada a la ambivalencia de la sociedad en la que vivió. Su poesía siguió las líneas del modernismo, pero cuando su propio sentimiento afloraba surgía una poesía muy auténtica, de difícil comprensión, de la misma manera que no era sencillo comprender su genio literario.

Esta singular poetisa, que se ha convertido en mito y realidad, reconocida a nivel nacional e internacional, fue una criatura genial florecida en ensueño y gracia. Su muerte trágica, acaecida en el invierno de 1914, conmocionó al país. La ciudad de Montevideo cuenta, desde 2014, con un espacio memorial dedicado a su figura y a todas las víctimas de la violencia de género, ubicado en la calle Andes 1206, donde fuera asesinada por su ex marido. Sus restos reposan en el Cementerio Central, en el nicho Nº 34, de Santiago Agustini y familia.

Gladys Mir de los Santos

Comisión de Biografías 

Bibliografía

  • Canfield, Martha, Delmira Agustini o la conciencia del abismo. (Wikipedia).
  • Machado Bonet, Ofelia, Delmira Agustini, Ceibo, Montevideo, 1944.
  • Prego Gadea, Omar, Delmira, Alfaguara, Montevideo, 1997.
  • Zum Felde, Alberto, “Prologo”, en Delmira Agustini, Poesías completas, Losada, Buenos Aires, 1971, 4ta. ed., pp. 7-35.